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El duelo de la maternidad: cuando te pierdes para poder encontrarte


Hay un tipo de tristeza que no siempre se puede explicar. Una especie de silencio interior que aparece cuando todo debería ser felicidad. Una soledad que se cuela incluso entre los abrazos. Una sensación de haber dejado de ser tú, sin tener todavía idea de en quién te estás convirtiendo.


A ese lugar invisible y sagrado lo llamamos el duelo de la maternidad.


Y aunque nadie lo dice en voz alta, muchas lo sienten.


Sí, ser madre es un milagro. Pero también puede doler.


Te dijeron que ibas a sentir amor infinito. Que todo valdría la pena. Que sería la experiencia más hermosa de tu vida.


Pero nadie te dijo que ibas a llorar sin saber por qué, que a veces ibas a mirar tu reflejo y no reconocerte, que ibas a sentir que tu cuerpo ya no es tuyo, que ibas a echar de menos tus días vacíos, tus siestas largas, tus conversaciones adultas, tus silencios seguros.


Nadie te dijo que la maternidad implica muchas pequeñas muertes.

Y que doler, duele. Aunque ames a tu bebé con todo tu corazón.


¿Qué se llora cuando se materna?

  • Se llora la identidad perdida, la mujer que eras antes, la que tomaba decisiones sin tener que pensar en nadie más.

  • Se llora el cuerpo que cambió, que se entregó a la vida pero ahora parece ajeno.

  • Se llora la pareja que ya no es igual, la intimidad que se pospone, el deseo que se esconde detrás del cansancio.

  • Se llora la libertad que se fue sin despedirse, y que ahora se extraña con culpa.

  • Se llora la vida que quedó atrás, aunque no quieras volver, aunque el presente también sea valioso.



No estás loca por sentir todo esto. No estás sola. Estás en duelo. Estás transitando una muerte invisible y, al mismo tiempo, un renacimiento.


Los tabúes que te tragas en silencio


Porque si lo dices, te miran raro.

Porque si lo nombras, parece que no agradeces.

Porque si lo confiesas, te cuestionan tu capacidad de amar.


Pero aquí, entre nosotras, con el alma abierta, te quiero recordar que:


  • Puedes amar a tu hijo y desear estar sola al mismo tiempo.

  • Puedes agradecer su existencia y, aún así, llorar la vida que perdiste.

  • Puedes estar agotada emocionalmente y seguir siendo una buena madre.

  • Puedes decir “esto me sobrepasa” sin ser débil.

  • Puedes pedir ayuda. Puedes sentirte vacía. Puedes no tener ganas.



La maternidad real es tierra fértil, pero también es tierra removida. Y toda mujer removida necesita tiempo, escucha, presencia.


El duelo materno, como todos los duelos, no es una etapa: es una espiral


No hay un “punto final” claro. No se trata de “superarlo”, se trata de elaborarlo.


Algunas madres comienzan a sentirlo en el embarazo. Otras, en el parto. Otras más, años después, cuando se dan cuenta de que se olvidaron de sí mismas en el camino.


Y ese duelo aparece como:

  • Ansiedad.

  • Insomnio.

  • Ganas de desaparecer por un rato.

  • Enfado acumulado.

  • Tristeza sin causa aparente.

  • Cansancio del alma.


¿Cómo se acompaña un alma materna en duelo?

  1. Nombrando. Porque lo que se nombra, se libera.

  2. Sintiendo sin culpa. Llora. Grita. Escribe. Duerme. Camina. Pero no te tragues todo.

  3. Buscando tribu. No nacimos para criar solas. El aislamiento mata el alma.

  4. Pidiendo ayuda. A tu pareja, a tu terapeuta, a tu madre, a tus amigas. No es debilidad. Es sabiduría.

  5. Ritualizando el duelo. ¿Qué necesitas soltar? ¿Qué necesitas agradecer? ¿Qué parte de ti quiere ser despedida?



Te propongo esto:

Escribe una carta a tu yo de antes. Agradécele, suéltala. Luego, escribe una carta a tu yo de ahora. Honra su valentía. Y finalmente, enciende una vela. Una por cada parte de ti que estás dejando ir. Una por cada parte nueva que está naciendo contigo.



No estás sola. Y no estás rota.


La maternidad no siempre se parece a las fotos que ves. La maternidad real tiene partes rotas, cansadas, sucias, desordenadas.

Tiene amor profundo, pero también tiene miedo.

Tiene gratitud, pero también tiene duelos.


Y tú, que lo estás sintiendo todo, que estás sosteniendo tanto, necesitas que alguien te mire y te diga:


“Te veo. Te honro. Te acompaño. Estás renaciendo, aunque no lo notes.”


Aquí estoy para recordártelo.

 
 
 

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