¿Está bien sentirse bien cuando estamos en duelo?
- Juliana Casas
- 20 jun
- 5 Min. de lectura
La culpa de experimentar alegría o felicidad con hemos perdido a alguien que amamos.

Hay días en los que el duelo te despierta antes que el sol. No necesitas abrir los ojos para saber que está ahí. Pesa. Aprieta el pecho. Silencia el mundo. Todo lo que eras antes de esa pérdida, se quiebra. Y lo que queda, al principio, es un paisaje interior que no reconoces.
Perder a alguien que amamos transforma la realidad.
La ausencia ocupa el centro. La tristeza es lógica. El dolor, inevitable. Y durante un tiempo, eso es todo lo que sentimos. Porque el duelo lo llena todo.
Pero un día —sin que lo planees, sin que lo entiendas— algo se filtra.
Tal vez es una canción.
Tal vez un recuerdo que en lugar de doler, te hace sonreír.
Tal vez es un rayo de sol en la cara, o una risa que se te escapa mientras hablas con alguien.
Y entonces, el corazón late raro.
Porque junto a ese instante de alivio, llega algo más: culpa.
¿Cómo puedo reírme si estoy en duelo?
¿Cómo es posible que me sienta bien, aunque sea por un segundo?
¿Estoy olvidando? ¿Estoy traicionando? ¿Estoy fallando?
Cuando la alegría se siente como una traición
La alegría, en el duelo, no es una carcajada ruidosa. Es un suspiro de descanso. Una memoria que abraza.
Es la capacidad de reconocer que, aunque el mundo ya no sea igual, aún hay momentos de belleza.
Pero incluso eso puede doler.
Porque nos enseñaron —directa o indirectamente— que el dolor es la única manera correcta de amar a quien se ha ido.
Creemos que si reímos, si disfrutamos, si descansamos por un instante… es porque hemos dejado de sufrir.
Y si dejamos de sufrir, es porque hemos dejado de amar.
Nada más falso. Nada más cruel.
La alegría no borra el amor. Lo transforma.
Nos recuerda que estamos vivos. Y estar vivos también duele.
Y cuando lo que aparece no es solo alegría, sino felicidad…
La felicidad es otra cosa.
No es ese momento fugaz de risa o ternura.
Es un estado más profundo.
Es cuando sentimos que, incluso con el corazón roto, algo en nosotros se alinea.
Es cuando aceptamos que la vida sigue, y que podemos encontrarle sentido, propósito, dirección.
Y eso puede generar incluso más culpa.
Porque ahí ya no se trata solo de un momento bonito. Se trata de abrirle espacio al futuro. A nuevos vínculos. A nuevos proyectos.
Y muchas veces no nos sentimos listas para eso.
Entonces preferimos anclarnos al dolor.
No porque queramos sufrir, sino porque sentimos que es más honesto.
Más fiel. Más justo.
Pero anclarse también es una decisión
Hay una parte inconsciente que cree que el sufrimiento constante honra más al ser que se fue. Nos decimos: si me sigo sintiendo mal, no lo olvidaré.
Si dejo de llorar, no lo amé lo suficiente.
Si soy feliz, entonces ya no me importa.
Pero ninguna de esas ideas es verdadera.
Honrar no es destruirnos.
Recordar no es quedarnos atrapados.
Amar no es dejar de vivir.
Permitirnos lo hermoso: el acto más valiente del duelo
Poder sentir alegría, incluso en la tristeza, es un milagro. Poder sonreír con los ojos húmedos, es un acto de amor propio.
Y poder decir “estoy bien, aunque siga extrañando”, es un testimonio de fortaleza y de alma.
No hay nada que traicione más a un ser querido que dejar de vivir por completo cuando él o ella ya no está.
Al contrario: vivir con sentido, con apertura, con dulzura… es la forma más fiel de mantener el vínculo.
Una forma nueva, silenciosa, espiritual, de seguir en conexión.
Si hoy te sentiste bien, no te castigues
No eres malo. No estás olvidando. No estás “superándolo” (como si eso existiera).
Estás integrando.
Estás volviendo a respirar.
Estás aprendiendo a convivir con la ausencia, sin dejar que lo único que te habite sea el dolor.
Ese instante de alegría, esa brisa de felicidad…
No son errores. Son regalos.
Regalos divinos que llegan en medio del proceso como recordatorio de que la vida no se detiene… y tú tampoco tienes que hacerlo.
¿Y ahora qué hago con esta culpa?
Una vez que reconocemos la culpa de sentirnos bien, podemos trabajarla. Aquí te ofrezco un enfoque amoroso y práctico desde mi experiencia en el acompañamiento del duelo:
Nombrar y validar la emoción
Lo primero es reconocer que hay culpa. No negarla ni minimizarla. Puedes decirte:
“Estoy sintiendo culpa por haberme sentido bien. Esto no me hace mala. Es una emoción que me informa algo.”
Nombrarla la desactiva. Validarla la transforma.
Cuestionar las creencias inconscientes
Pregúntate:
¿Quién me enseñó que solo el sufrimiento valida mi amor?
¿Qué pasaría si mi ser querido me viera feliz?
¿Estoy dispuesta a abrirme al bienestar sin dejar de honrar su memoria?
La tanatología propone revisar estas creencias como parte del proceso de integración emocional.
Incluir rituales de permiso
Desde lo holístico, podemos crear un pequeño ritual para dar permiso a la alegría y la felicidad.
Por ejemplo:
Encender una vela con la intención de “abrirme al gozo sin culpa”.
Escribir una carta al ser querido explicando cómo me estoy sintiendo, y pidiéndole guía o permiso.
Hacer una meditación donde visualizas que esa persona te sonríe y te da luz verde para seguir viviendo plenamente.
Practicar la oscilación emocional
El modelo de Stroebe y Schut habla del duelo como un ir y venir: un día puedes llorar y al siguiente reír. Ambas son partes válidas del proceso.
No se trata de elegir entre dolor y bienestar, sino de oscilar entre ellos con conciencia y amor.
Cuidar el cuerpo como territorio emocional
Desde lo holístico, el cuerpo guarda todo. A veces rechazamos el bienestar físico porque pensamos que debemos estar rotas por dentro y por fuera.
Date permiso de:
Recibir un masaje, hacer yoga suave o caminar conscientemente.
Usar aceites esenciales como el de bergamota con lavanda para conectar con La Paz y la alegría.
Dormir bien, nutrirte bien, abrazarte.
Abrirte al acompañamiento
Hablar con un tanatólogo, un terapeuta energética o alguien de confianza puede ayudarte a entender que no estás solo. La culpa disminuye cuando es escuchada con compasión.
La culpa de sentir alegría o felicidad en el duelo no significa que estés haciendo algo mal.
Significa que estás vivo., y vivir no es traicionar.
Vivir es agradecer. Vivir es continuar el vínculo desde otro lugar: uno donde el amor no duele todo el tiempo, pero sigue presente siempre.
Permítete vivirlo todo.
El dolor, sí.
Pero también la risa.
El descanso.
La luz.
La plenitud.
Incluso con el corazón roto, la vida tiene algo para ofrecerte, y tú tienes todo el derecho de recibirlo.
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